Siempre me ha gustado el mes de junio. Por ser un mes que llega como una caricia tibia, con las ventanas abiertas de par en par y el mar diciéndome cada mañana que empiece despacio. Desde mi rincón de Águilas, Murcia, observo cómo la luz cambia, cómo el aire se vuelve salado y suave. Hoy escribo para retener este mes en palabras, antes de que se deslice silenciosamente y llegue julio.
Cada sensación de mi mes de junio en Águilas es como abrir una ventana distinta cada día.
Lo que veo:
El azul que se extiende hasta doler. Las gaviotas girando lentas, como si el tiempo no las alcanzara. El reventón de las buganvillas. Los barcos que van y vienen, sin prisa, como si el Mediterráneo supiera contener los relojes.
Lo que escucho:
El rumor de las olas al llegar a la arena. El grito de las gaviotas al amanecer. Las persianas que suben a primera hora. A veces, el murmullo de una conversación que llega flotando desde la calle.
Lo que huelo:
Sal, jazmín, pan tostado por la mañana. Ese olor húmedo y cálido que anuncia que el verano ya ha llegado, aunque el calendario se nos haga el distraído.
Lo que siento:
El sol en la piel incluso a las ocho. La calma. Las siestas con la brisa cruzando el salón de mi casa. Esa sensación de estar dentro de un verano que aún no ha explotado del todo, pero que ya se anuncia y promete quedarse.
Lo que despierta en mi:
Ganas de caminar descalza. De leer con los pies al sol. De escribir mirando al horizonte. De que el tiempo pase más lento, o al menos de notarlo más.
¿Cómo es junio desde tu ventana?
Escríbemelo en los comentarios.

Carmeamdo
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