Laura y Sofía, las brillantes (y algo caóticas) mentes de detrás de la agencia Creativa & Cía, estaban atrapadas en una tarde que prometía derretir hasta el cableado del ordenador. El aire acondicionado decidió tomarse vacaciones sin avisar, dejándolas en una oficina convertida en sauna.
Rápidamente, el timbre sonó y apareció el repartidor con una bolsa goteando dulzura congelada. Cuando Sofía la tomó, se quedó mirándolo fijamente un par de segundos.
El chico sonrió tímido y se marchó. Sofía suspiró, sintiendo su latido acelerado provocado por el calor corporal, la pasión profesional, la euforia del éxito y hasta ese calorcito de deseo pasional que flotaba en el aire como una nube aromática, más pegajosa que el propio verano.
Cuando volvieron a sus escritorios, Laura se quedó un instante mirando a Sofía, que saboreaba el helado cerrando los ojos.
—¿Sabes qué? —dijo Laura—. A veces pienso que nos tomamos el calor como un enemigo. Y no siempre es nuestro enemigo. A veces es el cuerpo diciendo “¡hey! todavía estás viva, con ganas, con pulso, con deseo”.
Sofía sonrió, dándole un toque teatral al alzar su cuchara como si fuera un trofeo.
—Vas aprendiendo Lauri, y nuestra moraleja del día es: si te invade la fiebre —sea del calor, de la pasión o de la angustia—, no corras a apagarla. Quizá es solo la vida recordándote lo increíble que es sentir. Así que… ¡a buscar más calor humano, carajo!
Brindaron con sus cucharas de helado, entre risas, mientras el ventilador chillaba protestando por trabajar en horario extendido. Fuera el sol ardía, pero ellas ardían, de ganas, de proyectos, de risas… y de un calor humano que, pese a todo, hacía que todo valiera la pena.
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