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El calor lo llevamos dentro (y a veces fuera también)

Laura y Sofía, las brillantes (y algo caóticas) mentes de detrás de la agencia Creativa & Cía, estaban atrapadas en una tarde que prometía derretir hasta el cableado del ordenador. El aire acondicionado decidió tomarse vacaciones sin avisar, dejándolas en una oficina convertida en sauna.




—Sofía, me estoy asando. ¿Esto es normal? —preguntó Laura, abanicándose con una carpeta llena de briefings.

—Normalísimo. Es el verano diciéndonos: “¡Ámense más, mujeres! ¡Busquen contacto humano y dejen de abrazar solo sus portátiles!” —respondió Sofía con una sonrisa traviesa y picarona.

A cada rato, ambas se miraban con el cabello pegado a la frente, las mejillas encendidas, y los ojos brillando de algo que no era solo fiebre térmica.

—¿Tienes idea de cuántas calorías se queman con un ataque de euforia? —preguntó Laura, con la voz entrecortada, tras recibir un mensaje del cliente aprobando la campaña más loca que habían propuesto en meses.

—¿Cien? ¿Mil? ¿O las suficientes para justificar que debemos y necesitamos comernos un helado tamaño familiar? —dijo Sofía, ya con el móvil en la mano, buscando la app del delivery.

Rápidamente, el timbre sonó y apareció el repartidor con una bolsa goteando dulzura congelada. Cuando Sofía la tomó, se quedó mirándolo fijamente un par de segundos.

—¿Pasa algo? —preguntó Laura.

—No… es que… ¡qué guapo está el repartidor! ¡Casi me da un subidón de fiebre emocional!

—Oye, invita, ¿no? —pestañeó Laura.

El chico sonrió tímido y se marchó. Sofía suspiró, sintiendo su latido acelerado provocado por el calor corporal, la pasión profesional, la euforia del éxito y hasta ese calorcito de deseo pasional que flotaba en el aire como una nube aromática, más pegajosa que el propio verano.

Cuando volvieron a sus escritorios, Laura se quedó un instante mirando a Sofía, que saboreaba el helado cerrando los ojos.

—¿Sabes qué? —dijo Laura—. A veces pienso que nos tomamos el calor como un enemigo. Y no siempre es nuestro enemigo. A veces es el cuerpo diciendo “¡hey! todavía estás viva, con ganas, con pulso, con deseo”.

Sofía sonrió, dándole un toque teatral al alzar su cuchara como si fuera un trofeo.

—Vas aprendiendo Lauri, y nuestra moraleja del día es: si te invade la fiebre —sea del calor, de la pasión o de la angustia—, no corras a apagarla. Quizá es solo la vida recordándote lo increíble que es sentir. Así que… ¡a buscar más calor humano, carajo!


Brindaron con sus cucharas de helado, entre risas, mientras el ventilador chillaba protestando por trabajar en horario extendido. Fuera el sol ardía, pero ellas ardían, de ganas, de proyectos, de risas… y de un calor humano que, pese a todo, hacía que todo valiera la pena.


A veces el calor no es solo una molestia: es una excusa perfecta para acercarte, reír, compartir miradas cómplices o inventar motivos para un abrazo. 

¡No temas derretirte! En el fondo, todos andamos buscando un poco de calor humano.



Carmen en su tinta – blog cultural



Podéis leer El puente de las mariposas y Encaje y sombras haciendo clic aquí.


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