Nueva historia de Laura y Sofía en la agencia creativa & Ca.
Laura cerró el portátil con un suspiro que no era cansancio, sino balance para terminar su año laboral. En la pantalla quedaba abierto el último documento del año en Creativa & Ca: “Campaña cierre 30 de diciembre”. Un título práctico para algo que, en el fondo, no lo era en absoluto.
—¿Tú crees que sabemos medir un año? —preguntó, sin mirar a Sofía.
Sofía seguía escribiendo junto a la ventana, esperando que la ciudad empezará a encender luces antes de tiempo, diciembre siempre con prisa. Sonrió sin girarse.
—Depende. Si lo medimos en reuniones, correos y cafés fríos… sí. Si lo medimos en abrazos… no.
Laura se levantó y se apoyó en la mesa. Aquella pregunta llevaba días rondándola, como una canción que no termina de irse. ¿Cuántos abrazos caben en un año? No los que damos por costumbre, dos besos, palmadas rápidas, sino los de verdad. Los que sostienen. Los que llegan cuando no hay palabras.
—Este año —dijo Laura— hemos creado campañas preciosas sobre conexión, comunidad, cercanía… y siento que me he dejado muchos abrazos por dar.
Sofía asintió despacio. Ella también llevaba la cuenta invisible.
Pensó en el abrazo que no dio el día que su padre la llamó para decirle que estaba bien, aunque no del todo. Pensó en el abrazo aplazado a una amiga porque “ya nos veremos”. Pensó, también, en los inesperados: el de la compañera nueva el día que lloró en el baño; el de Laura una noche de cierre imposible, sin decir nada, solo quedándose.
—Creo que los abrazos no se cuentan —dijo al fin—. Se reconocen cuando faltan.
El silencio se instaló entre ellas como algo cómodo. En Creativa & Ca siempre habían sabido trabajar con silencios: en los diseños, en los textos, en las ideas. Pero aquel silencio era distinto. Era de fin de año.
Laura abrió un cajón y sacó dos libretas viejas, de tapas blandas. Las usaban para ideas que no sabían muy bien dónde colocar.
—Propongo algo —dijo—. Antes de irnos hoy, escribimos aquí los abrazos que sí cupieron este año.
Sofía arqueó una ceja.
—¿Abrazos escritos?
—Abrazos recordados.
Y empezaron.
El abrazo de la madre que no preguntó, solo entendió.
El abrazo largo en una despedida de estación.
El abrazo torpe después de una discusión.
El abrazo virtual que atravesó una pantalla a las tres de la mañana.
El abrazo propio, ese que costó tanto aprender.
La lista creció sin orden ni estética, como suelen crecer las cosas importantes.
Cuando terminaron, Laura cerró la libreta con cuidado, como si dentro hubiera algo frágil.
—Quizá un año no se mide en meses —dijo—, sino en la cantidad de veces que alguien nos sostuvo… o supimos sostener.
Sofía guardó los cuadernos y, antes de cerrar la oficina, rodeó a Laura con los brazos. No fue un abrazo rápido. Tampoco solemne. Fue justo. De esos que no hacen ruido, pero se quedan.
—Este —dijo— cuenta para el año que termina… y para el que empieza.
Salieron a la calle. Diciembre seguía encendiendo luces. Y, sin saberlo, ambas entendieron algo sencillo y necesario: en un año caben muchos abrazos, y siempre hay que hacerles sitio.
Y quizá, pensaron, de eso va también escribir. De no dejar que se pierdan.
¿Cuántos abrazos han cabido en vuestro año… y a cuántos más queréis hacer sitio en el que empieza?
¡ABRAZOS PARA TODOS MIS LECTORES POR EL AÑO QUE TERMINA Y POR EL QUE EMPIEZA!
¡FELICES ABRAZOS 2026!
Carmen en su tinta – blog cultural
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Carmeamdo
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